La trampa de la confluencia: el circuito cerrado
Definimos confluencia como un estado fusional entre ambos, donde:
- No existen límites claros de donde termina una persona y comienza otra
- Se olvidan las propias necesidades con el objetivo de preservar la seguridad que brinda el perdernos en el otro
- La angustia que se experimenta cuando existen amenazas reales o imaginarias al vínculo es muy alta
- Se pretende llenar, y que el otro llene, todos nuestros espacios vitales y necesidades
La pareja cómplice deriva en la pareja confluente: es un circuito cerrado que no permite la interacción fluida con el exterior.
Para manejar la inseguridad personal que se siente, se borran todos los límites y fronteras con la promesa de estar forjando un amor incondicional y seguro. La pareja debe llenar todas las necesidades del otro, y el “te necesito” se utiliza como sinónimo de “te quiero”.
Es en este contexto donde aparecen los celos y las concesiones cada vez mayores de la intimidad y la libertad, puesto estas últimas resultan atemorizantes y amenazan aquello que nos brinda la mayor (y en muchos casos única) fuente de amor, valía personal y seguridad.
No es de extrañar que algunas personas defiendan de manera tan visceral lo que consideran “su territorio”, y que desde aquí se legitimen actos de violencia y humillación, tanto físicos como psicológicos.
En las relaciones confluentes, las necesidades propias se diluyen en “nuestras” necesidades, mis sueños en “nuestros” sueños, en definitiva el tú y yo en un “nosotros” rígido y limitante en el que cada uno pretende ser lo que el otro espera.
Dicho estado de confusión en la pareja conduce al abandono del sí mismo y a la exigencia. “Dame lo que yo te doy”, “hazme sentir segura o seguro a costa de lo que sea”, “olvídate de ti, si me amas tu amor ha de ser incondicional, por encima incluso de ti mismo”.
Sin embargo priorizar la pareja y olvidar las respectivas individualidades no parece ser la mejor opción a largo plazo.
La exigencia de cómo hemos de ser queridos (pidiendo al otro que renuncie a su propia vida, intimidad, y libertad porque nosotros también lo hacemos) deriva en resentimiento y enfado cuando la pareja no está a la altura de las expectativas.
La posibilidad de beber de otras fuentes rompe el estado de confluencia, amenaza la “ficticia seguridad” que ambos han creado, y genera una gran angustia. Es en este momento cuando la frágil autoestima y la confianza mutua se resquebrajan. Además la incapacidad del otro para llenar todas nuestras necesidades en todo momento, conduce a la frustración y la rabia.
Ya tenemos todos los ingredientes para el fracaso: resentimiento, aburrimiento, pérdida de deseo, desconfianza, celos…
La pareja cómplice es una contradicción en sí misma: el deseo de retener al otro, de atarnos “en nombre de la seguridad”, mata el deseo sexual.
Parejas que llevan mucho tiempo de relación vienen a terapia habitualmente por infidelidades, celos, pérdida del deseo etc. Habiendo consolidado un hogar, y en ocasiones también una familia, se plantean un conflicto básico: ¿Continuar, o romper?
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