domingo, 3 de noviembre de 2013

Pareja cómplice

 La trampa de la confluencia: el circuito cerrado

Definimos confluencia como un estado fusional entre ambos, donde:

  1. No existen límites claros de donde termina una persona y comienza otra
  2. Se olvidan las propias necesidades con el objetivo de preservar la seguridad que brinda el perdernos en el otro
  3. La angustia que se experimenta cuando existen amenazas reales o imaginarias al vínculo es muy alta
  4. Se pretende llenar, y que el otro llene, todos nuestros espacios vitales y necesidades

La pareja cómplice deriva en la pareja confluente: es un circuito cerrado que no permite la interacción fluida con el exterior.

Para manejar la inseguridad personal que se siente, se borran todos los límites y fronteras con la promesa de estar forjando un amor incondicional y seguro. La pareja debe llenar todas las necesidades del otro, y el “te necesito” se utiliza como sinónimo de “te quiero”.

Es en este contexto donde aparecen los celos y las concesiones cada vez mayores de la intimidad y la libertad, puesto estas últimas resultan atemorizantes y amenazan aquello que nos brinda la mayor (y en muchos casos única) fuente de amor, valía personal y seguridad.

No es de extrañar que algunas personas defiendan de manera tan visceral lo que consideran “su territorio”, y que desde aquí se legitimen actos de violencia y humillación, tanto físicos como psicológicos.

En las relaciones confluentes, las necesidades propias se diluyen en “nuestras” necesidades, mis sueños en “nuestros” sueños, en definitiva el tú y yo en un “nosotros” rígido y limitante en el que cada uno pretende ser lo que el otro espera.

Dicho estado de confusión en la pareja conduce al abandono del sí mismo y a la exigencia. “Dame lo que yo te doy”, “hazme sentir segura o seguro a costa de lo que sea”, “olvídate de ti, si me amas tu amor ha de ser incondicional, por encima incluso de ti mismo”.

Sin embargo priorizar la pareja y olvidar las respectivas individualidades no parece ser la mejor opción a largo plazo.

La exigencia de cómo hemos de ser queridos (pidiendo al otro que renuncie a su propia vida, intimidad, y libertad porque nosotros también lo hacemos) deriva en resentimiento y enfado cuando la pareja no está a la altura de las expectativas.

La posibilidad de beber de otras fuentes rompe el estado de confluencia, amenaza la “ficticia seguridad” que ambos han creado, y genera una gran angustia. Es en este momento cuando la frágil autoestima y la confianza mutua se resquebrajan. Además la incapacidad del otro para llenar todas nuestras necesidades en todo momento, conduce a la frustración y la rabia.

Ya tenemos todos los ingredientes para el fracaso: resentimiento, aburrimiento, pérdida de deseo, desconfianza, celos…

La pareja cómplice es una contradicción en sí misma: el deseo de retener al otro, de atarnos “en nombre de la seguridad”, mata el deseo sexual.

Parejas que llevan mucho tiempo de relación vienen a terapia habitualmente por infidelidades, celos, pérdida del deseo etc. Habiendo consolidado un hogar, y en ocasiones también una familia, se plantean un conflicto básico: ¿Continuar, o romper?


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